Comentario
En el año 185 a. C. el general de origen persa Pushyamitra asesina al último emperador Maurya e instaura una nueva dinastía, Shunga, que gobernará el reino de Magadha (la llanura del Ganges) hasta el año 73 a. C., en que la dinastía Kanva la sustituye para caer poco después (en el año 28 a. C.) en manos de los príncipes Andhra, que anexionan Magadha a su imperio meridional.
En este caos histórico, el budismo continúa funcionando como un aglutinante sociocultural porque, aunque alguno de estos soberanos sea hindú, el fervor popular acaba dando el triunfo definitivo al budismo, que a partir de ahora se va a ver obligado a adoptar múltiples creencias locales totalmente ajenas a su doctrina.
El estilo Shunga acumula detalles de gran valor documental que faciliten la didáctica popular, reproduce escenarios en los que se mezclan todas las clases sociales, se recrea en la alegría de plazas y mercados, retrata la sensualidad india en el desnudo, y se decanta por un total naturalismo, que alcanza con esmero al mundo animal y vegetal. Este es el panorama cercano a los fieles que les ayuda a comprender los pasajes aleccionadores de las vidas pretéritas de Buda (jatakas), o de la propia historia de Siddharta Gautama, en la que resaltan los principales acontecimientos con un lenguaje muy directo, nada sofisticado. Siempre aluden a Buda por el vacío u otros símbolos, pues este estilo sigue inmerso en el budismo primitivo, que niega la representación antropomórfica de su protagonista.
Aunque el fundador de la dinastía Shunga era un hindú recalcitrante que persiguió a los budistas durante su reinado, su hijo Agnimitra (148-135 a. C.) se convirtió al budismo y patrocinó la Stupa de Bharhut, cuyas magníficas esculturas de arenisca roja son la honra del Indian Museum en Calcuta, desde que en 1876 fueran trasladadas a su sala principal. Aunque se sabe muy poco de Agnimitra, sin embargo parece que fue el protagonista del drama, que siglos más tarde (siglo V d. C.) inspiraría el "Malabikagnimitra" al poeta Kalidasa, en el que el príncipe se enamora de una sirvienta que en el desenlace final resulta ser la princesa del reino vecino.
El estilo Shunga se fundamenta principalmente en los restos escultóricos del deambulatorio (védika) y las puertas (toranas) de la Stupa de Bharhut (en el distrito de Satna, en Madhya Pradesh), donde en 1873 Cunningham descubrió un túmulo ruinoso de piedra y ladrillo rodeado de restos escultóricos de gran valor. En origen la stupa fue una de las miles que Ashoka mandó construir, pero que a mediados del siglo II a. C. el estilo Shunga restauró agrandándola hasta alcanzar los 19 m de diámetro (la altura hipotética sería de 25 m aproximadamente), y decoró en una brillante arenisca roja de tono broncíneo.
Las numerosas inscripciones (225) en prácrito (dialectos populares derivados del sánscrito) aluden a los principales donantes y ayudan a documentar la labor artística hasta el punto de que se pueden establecer tres etapas estilísticas; una de estas inscripciones explica cómo Agnimitra ordenó sustituir la antigua torana de madera por la nueva de arenisca.
A pesar de que la obra conservada es toda ella de piedra, los escultores, fieles a su tradición de miniaturistas de madera y marfil, trabajaron de la misma manera este gran formato pétreo (la védika sobrepasa los 2 m de altura y la torana los 5 m de altura). Incluso la labor constructiva traduce todo un ensamblaje de carpintería a base de vigas, muescas, espigas... El destino ritual de estos artistas de lo sagrado les obliga a respetar la norma sin permitirles todavía explotar la expresión propia de la piedra. Hay que tener en cuenta que el relieve narrativo hace su aparición en Bharhut.
Esta inmadurez técnica, que no sabe jugar con el volumen, el movimiento y el escorzo, que es incapaz de liberar a la figura de la forma de estela de la piedra, se recrea no obstante con gran esmero caligráfico en los detalles decorativos. El primitivismo escultórico y el deseo didáctico se conjugan para determinar la expresión plástica Shunga: concepción plana del relieve, perspectiva de superposición de planos, ley del marco, cúmulo de elementos narrativos que enriquezcan la ambientación costumbrista, horror vacui y desproporción de las figuras.
Pero nada de esto resta vitalidad a los variadísimos personajes, humanos y divinos; cada figura aparece minuciosamente individualizada, retratada con toda dignidad aunque se trate de animales, plantas u objetos domésticos. Cada composición transmite alegría de vivir y sorprende por su aguda observación de la naturaleza. Define el triunfo popular en la naturalidad de las actitudes y en la sencillez de los gestos, de fácil comprensión incluso para el profano.
La escultura presenta altorrelieves y bajorrelieves. Los primeros se destinan a las jambas de la puerta, ocupadas por figuras de tamaño natural a base de yakshis y yakshas (genios, arbóreos femeninos y masculinos, respectivamente); ambos juegan el papel de guardianes, representados con un fuerte hieratismo y frontalidad. La mayoría de los yakshas portan mazas, lanzas y espadas, pero alguno junta las manos en actitud de saludo (namasté). Las yakshis se apoyan en el tronco o abrazan una rama del árbol de la iluminación, enseñando al fiel que gracias al budismo son símbolo de fertilidad espiritual además de física.
Una de las figuras más interesantes es el supuesto retrato ecuestre de Agnimitra, llevando un cetro alado de claro sabor iranio; tampoco esta imagen real se libera de la desproporción y la ingenuidad que caracteriza todo el conjunto.
Los bajorrelieves ocupan la védika en compartimentos rectangulares (en los montantes) y circulares (medallones salpicando los travesaños); su temática predilecta son las jatakas, o vidas anteriores de Buda, protagonizadas por animales. También hay escenas de la vida histórica de Buda, e incluso algún paraíso de un dios védico adscrito al budismo (Indra, el dios de la lluvia). Los medallones mezclan desordenadamente escenas cotidianas (una mujer mirándose al espejo) con monstruos marinos, lotos y complicados roleos vegetales.